REFLEXIONES SOBRE EDUCACIÓN por Ernesto

viernes, mayo 18, 2007

OFICIO DE PADRES....




Oficio de padres
Que el oficio de padre es uno de los más complicados que existen en este mundo es algo que ni siquiera los no iniciados en el asunto ponen en duda. Las satisfacciones son muchas, no vamos a negarlo, pero también las dificultades. Y no me refiero solo a las noches sin dormir porque los niños pequeños están enfermos, a las noches sin dormir cuando los adolescentes todavía no han vuelto a casa el fin de semana o a las noches sin dormir porque el presupuesto no llega para mandarles a estudiar a la Universidad. No todo se reduce a sueño o cansancio. Me refiero, esta vez, a lo complicado que resulta educarlos.
Para conseguir este objetivo, los padres cuentan con la ayuda de la escuela. Pero, ojo!, se trata de una ayuda y no vale delegar responsabilidades en otros. A lo largo de la historia al sistema educativo se le han ido acumulando demasiadas funciones.
Primero la sociedad pedía que la escuela sirviese para instruir en conocimientos, después que formase a las personas para desarrollar un oficio, e incluso que les orientase hacia aquel que más les convenía, y, ahora, por si lo anterior fuese poco, que eduque a los alumnos en los valores que la mayoría entendemos como positivos. Esto está muy bien, pero supone un esfuerzo tan grande que necesariamente tiene que contar con el apoyo de otras instituciones. Desgraciadamente esto no sucede así la mayoría de las veces. Por ejemplo, como puede formar la escuela en valores como el respeto a las personas cuando en algunos programas de televisión —y no precisamente los de menor audiencia— el niño puede contemplar como los tertulianos se faltan y se insultan. Difícil.
Pero no vayamos tan lejos; dejemos el asunto en la colaboración entre escuela y familia. En el centro educativo nos esforzamos en formar a los alumnos en valores positivos, valores —y que nadie se preocupe— que están en consonancia con lo que dice la norma de las normas, la Constitución, y la Declaración Universal de Derechos Humanos. Estoy hablando de cosas como el respeto a las personas, la solidaridad, el orden, la libertad o la autonomía en el pensamiento y la opinión. Creo que todos estaremos de acuerdo en que nos gustaría que los niños de hoy fuesen en el futuro hombres y mujeres que adoptasen estos principios. ¿Pero como se aprenden todo esto?. Desde luego no sólo en los libros. El niño aprende lo que le enseñan pero también lo que ve. Por eso la importancia la labor de los maestros, de los medios de comunicación, pero sobre todo de la familia. Aquí no vale el dicho de "Haz lo que yo te diga y no lo que me veas hacer". El pensamiento y los valores están unidos a la acción. Unos valores positivos, generalmente llevan consigo un comportamiento adecuado.
Por eso hay que ser congruentes con lo que los adultos predicamos desde cada institución, y, además, afrontar esta tarea de manera coordinada. Los niños son los mismos cuando están en el colegio que cuando están en su casa, pero sin embargo, el nivel de exigencias de un ambiente a otro a veces es distinto. Convendría plantearse algunos objetivos comunes muy básicos e intentar y trabajarles a la par. Supone un pequeño esfuerzo de coordinación pero tampoco es tan difícil y desde luego el resultado merece la pena.
Este proceso de adquisición de hábitos, valores y comportamientos que una sociedad determinada considera deseables se ha denominado socialización. Desde el ámbito de la psicología se ha intentado dar respuesta a los procesos que favorecen la socialización. Algunos de estos principios están imbuidos por lo que denominamos sentido común.
Comentemos algunos de ellos.

Primero, no hay que olvidar que cualquier comportamiento se instaura o no por las consecuencias que tiene para la persona. Si algo que hacemos tiene consecuencias positivas para nosotros tenderá a repetirse en el futuro. Por tanto, si como padres observamos un comportamiento deseable no dudemos en reconocérselo expresamente, siquiera sea con unas palabras de aliento.
Segundo, tanto en casa como en el colegio conviene establecer unas pocas normas claras (que no dejen resquicio de duda). En lo posible esas normas básicas de comportamiento debieran coincidir en ambos contextos. Junto a las normas habría que explicitar las consecuencias bien distintas que tienen para el niño tanto el respetarlas como el ignorarlas. En este punto quizás venga bien citar al clásico: "Has de hablar como en testamento que a menos palabras menos pleitos"; las normas escuetas y claras.
Tercero, ser consecuente con lo que se dice. La peor forma de establecer un comportamiento en el niño es proceder de manera asistemática y arbitraria, ignorando un día —o riendo— un mal comportamiento y a renglón seguido castigarlo severamente. Si algo está mal, está mal siempre.
Cuarto, cuando haya que afrontar un mal comportamiento conviene hacerlo lo antes posible. Si se deja para más adelante, si se aplaza sin fecha es posible que haga callo y luego sea mucho más difícil de cambiar.
Quinto, nunca obstinarse en aplicar una solución que no funciona. Si algo no sirve para nuestro objetivo se deshecha y se busca otro recurso.
Sexto, las decisiones que se toman en el ámbito del hogar tienen que ser compartidas entre los padres. Como los niños aprecien diferencias de criterio entre padre y madre tratarán de sacar provecho de esta situación (para desesperación y cabreo de los progenitores).
Séptimo, para cambiar una conducta conviene utilizar tanto el castigo como el premio o la extinción (ignorar pequeños comportamientos inadecuados y premiar otros que sí los son y que se producen casi de manera simultanea en la misma situación).
Octavo... bueno podríamos seguir así hasta más allá de la decena y no es esa mi intención. Sí me gustaría incluir entre estos principios fundamentales uno que no es quizás demasiado académico pero que siempre conviene tener presente cuando hablamos de niños: tener paciencia. Muchas de las prácticas que apliquemos con los niños necesitan de un mínimo de tiempo para mostrar su eficacia. Hay que esperar un poquito. Para finalizar, vuelvo a insistir en el mismo argumento que mencioné al principio. Educar, que no instruir, es una tarea demasiado compleja para atribuírsela en exclusiva a la escuela. La escuela puede colaborar pero si desde la familia no se pone toda la carne en el asador la empresa está abocada al fracaso. La coordinación familia-escuela aparece aquí como un requisito imprescindible, como dos instituciones que, si no todavía no es así, están condenadas a entenderse. Establecer unos canales y procedimientos adecuados para favorecer está coordinación se presenta como un reto que no podemos eludir. En serio.




José María Díez Casero
Psicólógo del E.O.E.P de Aguilar de Campoo