REFLEXIONES SOBRE EDUCACIÓN por Ernesto

miércoles, marzo 21, 2007

¿Cuándo empezar a educar sexualmente a nuestros hijos?

Normalmente nos planteamos que algo hay que hacer respecto a la sexualidad de nuestros hijos cuando surgen las primeras preguntas, cuando los sorprendemos intentando imitar conductas que realizan los adultos, o los descubrimos acariciándose los genitales. ¿Qué hacemos, lo permitimos o lo prohibimos?

La educación sexual no es algo que tengamos que determinar en un momento concreto, la educación sexual ha empezado ya, antes incluso de plantearnos que debemos hacer algo. Desde el momento del nacimiento, o incluso antes, toma especial importancia la sexualidad del bebé. Durante los primeros años de vida, el tacto adquiere un valor decisivo, ya que las experiencias de los niños se reducen a la afectividad mostrada a través de los abrazos y besos, estando canalizadas sus percepciones a través del contacto táctil. Cuando a un bebé se le toma en brazos aprende a querer y ser querido, aprendiendo así a reconocer emociones y a trasmitirlas. Al comunicarnos a través de ese contacto, estamos sentando las bases de una buena educación sexual que nada tiene que ver con la mera charla anatómica. Y desde el momento de nacer se desencadena un proceso de diferenciación psicosexual, es decir el ser niño o niña tiene una importancia extrema, ya que va a desencadena una serie de pautas actitudinales y comportamentales diferentes para cada sexo. Desde la elección de la ropa, la utilización del nombre, los modos de vestir, peinarse, gestos, etc., hasta el modo de relacionarse con las demás personas. Todo ello configura un modo de ser y de estar. Pronto comienza a aprender lo que se debe esperar de sí mismo y el modo más adecuado de interactuar impidiendo que nos mostremos de una manera diferente a la que la sociedad espera. Debemos vigilar las actitudes sexistas que podamos tener con nuestros hijos. La forma de vida que llevamos hace que descuidemos este tipo de detalles siendo de suma importancia para evitar las desigualdades de género.
De los dos a los nueve años aparecen cambios importantes a nivel motórico e intelectual permitiendo la evolución de la sexualidad del niño. Durante esta etapa de la vida a nivel sexual nos encontramos por un lado con la curiosidad informativa, preguntas como: ¿por qué los niños y niñas son diferentes? ¿Por dónde salen los bebés? ¿Y cómo entran en la barriga de mama? Son demandas naturales del niño, cuyo objetivo es intentar situar su propio cuerpo y su esquema intelectivo, al igual que sucede con la curiosidad que aparece por las anatomías adultas. Ante estas situaciones mostrar silencio, demorar la respuesta, desaprobación a través de los gestos de la cara y un sinfín de reacciones, e incluso entregarle un libro para que aprenda, puede ser interpretado por el pequeño como una respuesta cargada de misterio, dejando en manos de su fantasía las respuestas coherentes sobre su sexualidad, siendo un gran error no darle unas respuestas claras adaptadas a su edad.

Otro aspecto a tener en cuenta está relacionado con la conducta sexual. Aparecen comportamientos autoestimulativos y exploratorios y los juegos sexuales. Hemos de tener en cuenta que la intencionalidad nada tiene que ver con la que muestra el adulto ante esas situaciones. Debiendo ser contemplado bajo ese prisma de juego exploratorio, una manera de conocerse que va a configurar su esquema corporal, su identidad sexual, y el aprendizaje. A raíz de las actitudes negativas mostradas por las personas adultas cercanas con frases tipo “No te toques ahí abajo”, “Te la voy a cortar”, etc. es cuando comienzan a concederle un valor especial, teniendo un efecto muy negativo, ya que el niño aprende que su zona genital es sucia y vergonzosa vivenciando la sexualidad con sentimientos de culpabilidad. Ciertos sentimientos del niño y del adulto respecto a su sexualidad son el resultado de las reacciones adultas hacia tales estímulos. Una actitud permisiva, tolerante y benevolente hacia esas primeras caricias es una buena forma de educar su sexualidad.
Cuando aparecen en el chico o chica preadolescente los cambios corporales no es extraño que surjan dudas relacionadas con sus sentimientos hacia esos cambios ¿creceré bien?, ¿tendré mucho o poco pecho?, ¿y los granos?, ¿crecerán mis genitales los suficiente? y pudor hacia su nuevo cuerpo. El pudor se manifiesta en comportamientos tales como cerrar la puerta, girarse para que no les vean desnudos... ante estas situaciones padres y madres los entienden y respetan, y no presionan a sus hijos e hijas para ver sus cuerpos. Sin embargo, de manera paralela a esas transformaciones físicas presentan también cambios relacionados con la manera de articular su mundo, sus ideas. Surge un auténtico despertar del deseo, el cual en la etapa anterior se encontraba más adormecido. Pero ante este hecho, ¿existe un respeto como tal o insistimos y los abordamos con frases como “cuéntame” o “dime que te pasa”?

Me gustaría que llegado este punto nos paremos a reflexionar sobre qué cosas hacíamos a las edades que ellos y ellas tienen en este momento, sobre cuáles eran nuestros miedos y deseos, cómo nos hubiese gustado que nos hablaran nuestros padres o cómo nos sentíamos.

Hemos de tener en cuenta que nuestro hijo e hija preadolescente, adolescente o joven está viviendo una situación de cambios importantes para hacerse un hueco en el mundo adulto, le asaltan infinidad de dudas ante las decisiones que tienen que tomar, la nueva forma de sentirse, percibirse y percibir lo que le rodea. No es extraño que queramos ayudarles y también es comprensible que no podamos permanecer como meros espectadores.
Pero, ¿qué podemos hacer? Lo más importante es aceptar la sexualidad de nuestros hijos e hijas mostrándoles una actitud positiva que permitan que se conozcan, y que se expresen como personas sexuadas. Para ello el pararnos a conocerles, a escucharles, a mirarles se convierte en la herramienta más valiosa para acercarnos a ellos y ellas. El insistir con preguntas, el intervenir constantemente sin que seamos invitadas o invitados para ello, no hace sino perjudicar ese acercamiento. Con esto no quiero decir que padres y madres no cuenten a sus hijos e hijas algo que consideren importante que sepan, pero dialogando, respetando su silencio, dejándoles espacio suficiente para que nos lo pidan y eligiendo el momento y la forma más adecuada.

Otro aspecto a tener en cuenta es que no debemos empezar a hablarles centrándonos sólo en los riesgos asociados a la sexualidad: embarazos, enfermedades de transmisión sexual, sida. Con esta visión reduccionista de la sexualidad lo que conseguimos es alimentar aún más sus miedos ya que para ellos y ellas estos temas son los menos importantes. No olvidemos la comunicación, los sentimientos y las primeras relaciones sexuales.

Hemos de tener en cuenta que no es necesario ser un profesional experto en educación sexual para hablar con nuestros hijos e hijas, lo importante es alejarnos de los miedos que nos produce esta situación y ponernos a su nivel, estar disponibles y enseñarles a que tomen sus propias decisiones, ya que si les imponemos se alejarán y si les escuchamos se informarán.

Maribel García Cantero
Psicóloga - Sexóloga