REFLEXIONES SOBRE EDUCACIÓN por Ernesto

martes, diciembre 19, 2006

Paso de ese rollo

Cuántas veces hemos oído expresiones como “no me apetece hacer eso”, “me cansa tal cosa” y, sobre todo, “no me gusta estudiar, paso de estudiar”. No sabemos qué hacer para cambiar las cosas, pero somos conscientes de que estos comportamientos pasivos y caprichosos se tienen que eliminar. Es fundamental que nuestro hijo aprenda a esforzarse para conseguir objetivos. De esta manera, entenderá que quien quiere algo debe trabajar para obtenerlo.
Las conductas egoístas, perezosas, pasivas y poco colaboradoras de algunos de nuestros hijos pueden ser la consecuencia de tener todo lo necesario sin hacer nada para conseguirlo. Al llegar a la adolescencia, este tipo de conductas puede degenerar en comportamientos antisociales, agresivos e incluso delictivos.
Algunos menores de dieciséis años, en número creciente, tienen motocicleta sin ninguna necesidad. No obstante, muchos de ellos tienen actitudes pasivas o francamente negativas en lo que respecta a sus estudios básicos.
Bastantes disponen de equipo de música, bicicleta de montaña, play-station … incluso teléfono móvil.
No descubro ningún secreto al afirmar que una buena parte de nuestros hijos tienen casi de todo. Pero lo que sí quiero resaltar es que muchas, o quizá todas esas cosas de que disfrutan, son fruto de una actitud solícita de los padres que acceden a sus peticiones, o se anticipan a ellas, sin ninguna contraprestación por su parte.
Hemos conseguido unas personas cuya conducta se rige por valores tales como me gusta-no me gusta, me apetece-no me apetece, me lo paso bien-no me lo paso bien.
Algunos niños y adolescentes rigen su conducta por lo que les gusta o les apetece
Afortunadamente no todos los adolescentes son así ni, en caso de que así sean, es una situación irremediable. Es posible conseguir que nuestros hijos no crezcan como personas egocéntricas y caprichosas. Naturalmente, como en tantas facetas de la vida, será más fácil prevenir que curar. Dicho con otras palabras, nuestros hijos deben ser personas capaces de esforzarse para conseguir sus objetivos, y cuanto antes nos pongamos a la tarea más eficaz y fácil será.
Es normal que nuestros hijos pequeños se comporten como seres egocéntricos y caprichosos. Egocéntricos porque, a edades tempranas, perciben la realidad como si todo lo que les rodea estuviera a su servicio, cosa que en buena medida es así porque al principio necesita del cuidado y atención de todos. Caprichosos (personas que guían su conducta sobre la base de deseos vivos, instintivos, con motivos poco razonables y egoístas) porque su modo de actuar se rige según necesidades básicas e instintos poco racionalizados, dado que su visión egocéntrica no le permite razones o motivaciones más complejas.
No es conveniente que nuestros hijos de más de dos años sigan comportándose como personas egocéntricas y caprichosas
Pero esta situación, en principio, no es el objetivo final de la educación de nuestros hijos. La educación recibida habrá tenido éxito si nuestros hijos llegan a comprender que:
No estamos en el mundo para que los demás nos sirvan, sino para servir de ayuda a los demás.
Y que la felicidad no está en la satisfacción de nuestros caprichos, sino en el esfuerzo por conseguir nuestras aspiraciones.
Curiosamente, aunque parezca increíble a muchos lectores, la felicidad, que es nuestra aspiración más profunda, está en el esfuerzo y la dedicación a los demás.
Otro aspecto de la cuestión, que puede ser engañoso a simple vista, es que hacer lo que nos apetece no nos hace más libres, antes bien esa atracción que ejerce sobre nosotros lo apetecido, nos esclaviza. Cuando un imán atrae al hierro, éste corre hacia él aunque no quiera. Por el contrario, si hacemos lo que queremos, lo que surge de un acto de voluntad y de nuestro esfuerzo, nuestros actos nos hacen libres.
No es descabellado pensar que una de las grandes dificultades para abandonar (o no iniciarse) en el mundo de la droga se fundamenta en la poca fortaleza de las personas para resistirse a su consumo (como dice el anuncio de TV, para “decir NO a las drogas”).
Aceptados estos objetivos educativos, pasemos a la acción. En primer lugar me gustaría dirigir la atención hacia determinadas conductas de nuestros hijos que pueden ser sintomáticas de su tendencia a ser personas caprichosas y perezosas. Veamos algunas de las más evidentes:
Siempre intenta salirse con la suya y se queja con frecuencia. Usa expresiones como: es una injusticia, no hay derecho, no es culpa mía…
Sólo come algunas cosas que le gustan, y en ocasiones abusa de ellas. (Dejan “lo verde o lo rojo” no dejan el plato limpio…)
No tiene en cuenta las normas de convivencia y de educación.
No obedece si no es en última instancia, y con frecuencia por temor a males mayores.
No hace sus tareas escolares con esmero, incluso procura eludirlas. No usa adecuadamente su agenda escolar.
Ante sus cosas y las de los demás muestra descuido y desorden.
Suele ser impuntual tanto para empezar como para acabar. Al hacerlo así actúa de forma desconsiderada con los que le esperanr. No tiene en cuenta a los demás, sino que su conducta se rige por la atracción que supone lo que esté haciendo o la repulsa que le suponga lo que va a hacer.
Ser caprichoso y actuar con una capacidad de esfuerzo cero no es un mal vicio adquirido, sino más bien la permanencia en el infantilismo propio del primer año de vida. Es un raquitismo vital. Por eso, si desde pequeños están acostumbrados a que alguien los proteja, evite sus problemas y los colme de atenciones y bienes para que estén contentos, no nos ha de extrañar que desconozcan cualquier móvil de acción que no sea su propia complacencia.
Este modo de actuar pervive cuando los hijos o hijas no han recibido los estímulos y entrenamiento adecuados para superar la visión egocéntrica de los pequeños.
Es normal que queramos hacer felices a nuestros hijos y que para conseguirlo hagamos todo lo posible, pero quizá no es razonable hacerlo sólo “por tenerles contentos”.
Un chiste de un conocido humorista dice:
Un matrimonio tuvo un hijo que no pronunció nunca ni una sola palabra. Era mudo, y por más que consultaron diferentes e ilustres especialistas ninguno acertó con la solución del problema. Hasta que un día, cuando el hijo en cuestión había ya cumplido los treinta y un años, ocurrió lo inesperado: – ¡Mamá!, no hay azúcar -dijo con voz alta y clara, para sorpresa de su madre. – ¡Pero hijo, si puedes hablar!, ¡qué alegría! ¿Cómo es que hasta ahora no habías hablado nunca? – Es que hasta ahora todo había sido perfecto.
Para lograr que nuestros hijos sean emprendedores y constantes, en lugar de caprichosos y perezosos, hace falta entrenamientoEl entrenamiento adecuado, es decir, el tratamiento educativo adecuado se basa principalmente en dos estrategias: – Enseñarles a resistir. – Enseñarles a emprender.
Enseñarles a resistir significa enseñarles a perseverar, a pesar de que la tarea canse o sea desagradable. El cansancio es difícil de aguantar, el dolor es difícil de sufrir, pero hay que aguantar y hay que sufrir. En esta línea, para lograr su madurez hay que permitir que vivan las experiencias desagradables que les depare la vida por azar o como consecuencia de sus actos. No compadecerse y eliminar todo sufrimiento, aunque en la medida de lo posible es recomendable graduar las experiencias. Pero todo ello con la precaución de no abandonar a los hijos y acompañándolos mientras se esfuerzan por resistir. Nuestra compañía e interés serán estimulantes y consoladores.
El padre de uno de mis alumnos me explicó en una de las entrevistas que mantuve con él: “Este año le hemos dejado solo a ver qué pasa”.Y pasó lo que tenía que pasar, que no estudió nada.
Enseñarles a emprender supone enseñarles a proponerse metas valiosas y a perseverar para alcanzarlas poniendo los medios necesarios. Para ello es necesario cumplir las diferentes fases del siguiente proceso, como si fueran eslabones de una cadena; saltarse uno puede suponer el fracaso de toda la estrategia:
Mostrarles metas valiosas en función de valores personales, sociales y religiosos. Para mostrar es necesario explicar e ilustrar su valía con nuestro ejemplo. Los padres tendremos que explicar y dejar ver nuestro ejemplo coherente.
Lograr acuerdos o compromisos explícitos con los hijos, especialmente sobre estudios y formas de conducta. Se puede conseguir por medio de la negociación, ayudándoles a valorar los pros y contras y los medios razonables para conseguir los propósitos.
Ayudarles a perseverar en lo decidido con nuestra exigencia. Exigir supone comprobar que pone los medios y el esfuerzo apropiados para lograr sus metas, y supone además valorar su conducta mostrando aprobación siempre que sea posible y desaprobación cuando así lo requiera su falta de esfuerzo o dedicación. También hay que mostrar sentimientos de esperanza en la mejora o de alegría por la perseverancia del esfuerzo.
Mantener nuestra exigencia con constancia.Sólo cuando en numerosas ocasiones se esfuerce en resistir y en perseverar logrará actuar de esta manera y, con ello, lo que queremos para él: que sea una persona feliz, que no sea esclava de sus caprichos. José María Lahoz García